Fue como abrirle el portón
a un potro de dos hierbas.
No exagero. Todo vino a ser
como una estampida
tras el corsé del
confinamiento
que rompió todos los
perímetros
y también todos los
parámetros.
Por segundo año sin
procesiones,
la Semana Santa fue un
estallido
hacia el interior de los
templos
y, de paso, hacia el
exterior
de bares y restaurantes,
donde veladores, camareros y
existencias
velaban desesperante espera.
Las calles un hervidero
y, tras cada recodo, una
cola
que venía a dar cuenta
aproximada
del tiempo de espera
para estar unos instantes
delante de las imágenes
que viven su soledad todo el
año
en ese mismo lugar.
Se ve que somos de
acontecimientos
y así es como sucedió estos
días,
marcados en rojo en el
calendario
y también en la memoria
colectiva
de esta ciudad y sus
tradiciones.