Se despertó violentado,
con esa agitación a la que
someten
las pesadillas cuando se
adueñan
y se enroscan en el alféizar
haciendo música estridente
con repiqueteos de lluvia en
los cristales.
Había estado contando
estrellas
pero le resultaba muy
complejo
no perderse en el estruendo
de la tormenta
con la cabeza enterrada bajo
la almohada
y decidió apostarse en la
ventana.
Su voz era insomne y su
mirada perdida
a través de lo opaco de la
noche.
Como si se hubiera
desbordado una estrella.
De repente, apareció su
madre,
se echó en sus brazos
y el barco que casi naufraga
en la tempestad
encalló en la dársena
materna
y amainó la noche y sus
desvelos
como siempre acaban
solazándose
las más terribles
pesadillas.