Las nubes eran el diagrama
de un presagio,
también el anciano que
remendaba redes
se dolía en su silencio
inclinado
mientras manejaba sus dedos
artríticos
con destreza y menor pericia
que tiempo atrás.
Marinero que no puedes faenar,
vara tus posaderas en la arena
y disponte a remendar.
El sol había pasado su cénit
cuando, de repente,
enmudeció el ritmo de toda
cadencia;
salieron despavoridas las
gaviotas
y una noche prematura vistió
de luto el anchuroso mar
y la playa quedó solitaria
. Una estampida, un caos.
Todavía sobrecogido y muy
confuso,
comenzó el estruendo de la
orquesta marina,
dirigida, sin dudas, por la
batuta del Averno,
y los vaticinio se hicieron tangibles
en la tempestad más fabulosa
que nunca presencié.
A la mañana siguiente, en el
desierto devastado
de las arenas, el
instrumento de alguna Sirena
que no pudo soportar tan
extremo dolor
por las miles y miles de
almas fagocitadas
en la tenebrosa aventura del
imperativo éxodo.