El
hombre es igual que un soplo;
sus
días, una sombra que pasa.
(Salmo 143, 4)
Como
se consume una vela,
con
igual parsimonia,
con
idéntica constancia cadenciosa y cansina,
la
vida son retazos de espacios que se consumen
en
la oscuridad pasmosa del mañana
y
su asechanza,
como
relumbrón cegador e irreflexivo,
como
tintineo en la penumbra
o
ráfaga que vuela
racheando
los pies ingrávidos
en
la pesadumbre de la espera;
de
vez en cuando,
una
ilusión revestida de púrpura;
otras,
un quebranto ardiente
como
lágrimas de cera
que
se hacen lava sólida en el alma.
Soñando
propósitos,
hilvanamos
los días en quimeras irrealizables
que
se configuran siempre hacia el mañana,
desperdiciando
el hoy efímero que se marchita
sin
cuidos ni mimos.
Antes
de darnos cuenta,
la
vela es un cabo, una postración
limitativa
como
pabilo mortecino expiando el presente
con
su saldo de futuribles insatisfechos
e
imposibles de dar alcance.
Como
se consume una vela,
con
igual parsimonia,
con
idéntica constancia cadenciosa y cansina…