Los “gorrillas”son buscavidas que hacen en la vía pública funciones no autorizadas de
aparcacoches y que, en muchas ocasiones, imponen una especie de impuesto revolucionario
al ciudadano que busca dónde estacionar. Pero por otra parte, también es cierto
que la mayoría de ellos son personas “sin techo” que salen adelante de esta
forma tan precaria como incierta.
No creo que
llegue a tener efecto sobre ellos el hecho de que se les impongan multas, ni se
les ayuda a resolver sus vidas apartándolos de la vista. Cuando en una casa nos
encontramos con un salidero de agua, lo adecuado es cerrar en primer lugar la llave de paso antes de usar el cubo y la bayeta para recoger el agua derramada; luego es el
momento de localizar la avería y repararla. Así mismo, a ese importante número
de personas que se buscan la vida en nuestras calles como Dios les da a
entender, tampoco se les encauza a base de multas que nunca se llegarán a
cobrar.
Muchos de ellos
son víctimas de adiciones que con frecuencia han salido rebotados de más de un
centro de acogida o rehabilitación; otros son personas con graves deficiencias
mentales que no siguen ningún tratamiento terapéutico y la mayoría de ellos
tienen su residencia nocturna en “costa ribera”, el talud de la margen
izquierda del Guadalquivir, a su paso por la ciudad, para más señas el Paseo
Juan Carlos I.
Sevilla es una
ciudad eminentemente turística y estas personas dan una malísima imagen como “Corte
de los milagros” a aquellos que nos visitan, como la dan los numerosos
rebuscadores de los cubos de basura, pero el problema no se arregla ocultando
los cubos y mucho menos ocultando a las personas, sino ayudando a estas
personas a salir de su situación de pobreza extrema y exclusión social.