La voluntad hace por
encaramarse
donde los imponderables no
tiene acceso.
En la distancia, me siento
a la sombra
del tupido moral, en la
espesura de mis pensamientos,
para gozar de la paz y el
silencio
que se me hace endémico
cada verano.
Sombra. Sombra mullida y
tupida;
sobre la alfombra verde
del húmedo césped
que no deja de retoñar
cada día,
el silencio es una
entelequia,
un deseo insatisfecho
con la banda sonora de la
brisa
enredando entre las ramas
y ampulosas hojas.
Fuera de este ámbito de
privilegio,
el sol impone su dictadura
y bien que lo expresa el
coro de grillos
con su salmodiar monótono
como remeros en el banco
del suplicio.
Entorno los ojos. Percibo
sin conseguir aislarme.
Admiro el tesón y la
disciplina de las hormigas,
brigada en formación
constante,
para un objetivo a primera
vista despreciable.
También se escucha la
canción del agua
No. No hay silencio
perfecto.
sino el regate que con
entrenamiento
uno logra, a veces, hacer
en su mente
y le transporta al lugar
soñado.
Es verano bien riguroso.
Verano en alza.
El calor deambula en
zapatillas por su casa
y uno no deja de pensar en
sombras,
en ampulosas y frescas
sombras,
en generosos manantiales,
y en silencios que ayuden
a soñar.