Una settimana,
una breve inmensidad que se
desliza
por entre los dedos
como pastilla de jabón
que se escabulle por evitar
el roce.
Masa de mirones atentos
que discurren tras el
señuelo enhiesto
de un líder que parece
saberlo todo,
que por fijación entre el
todo y la nada
discurren apiñados y solazados
─no fotos, no vídeos, no
flash─
algunas prohibiciones en el
laberinto
alocado, sucesorio de
sorpresas,
todo amalgamado por el
arrullo
de la voz amiga que orienta
y la risa como denominador
común
de una fraternidad lubricada
en crecida.
Crucificado entre dos palos,
he vivido la magia soñada
en los viejos libros de
textos
y en las añejas proyecciones
de diapositivas:
curiosidad, hechizo,
presencia ensamblada
como desfile de obras de
arte, todo adobado
con una surtida suerte de
pasta al dente
y un dolor irreverente
acusando recibo
sin lograr pasar desapercibido
desde su residencial
cronicidad.
En la balanza, el gozo
plástico y estético,
la calidez de la amistad,
las risas, los desvelos;
en las basas y en los
capiteles toscanos,
en los arcos apuntados
y en las nervaduras
elevadas,
en los muebles y en las
incrustaciones,
en las estatuas, en los cuadros
y en los frescos,
en el renacer del trecento al cinquecento…
en la nimiedad del yo, a los
pies del David,
transida de dolencia el alma
ante la suma perfección.
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David, de Miguel Angel |