Una delgada línea en el horizonte,
frecuentemente desapercibida,
sutil como brochazo de pintor,
separa la tierra de lo celeste,
lo sólido de lo gaseoso y sideral.
El hombre, en sus ensueños,
aspira a todo lo desorbitado o extraño
e invade la memoria de las sombras,
la conquista de lo periférico,
sin haber alcanzado el núcleo
de la materia sobre la que habita.
Entonces, enarbola los vientos,
agita las aguas o las entrañas de la tierra,
pone su meta en lo inalcanzable
y clava un pendón en su agenda
para no perder memoria de lo que aguza
las inquietudes de su agitado espíritu.
Unos se miden en el ring, otros en el velódromo,
algunos escudriñando el saber de aquellos
que sepultaron con ellos sus incógnitas,
unos cuantos afilan cada día sus mentes
para legar, de manera artística, sus habilidades,
todos y cada uno aspira a desbordar sus límites,
a desdoblar su horizonte de grandeza.