de quienes desayunan a
media mañana,
mientras otros ya le dan
a la cerveza;
en el ajetreo de los
veladores
dispuestos a la sombra,
un cruce de conversaciones
insulsas o añejas que nada aportan
a la novedad o notoriedad
que agite el ánimo.
Alguien, con mano
extendida
y cara de ayuno,
va pasando de negativa en
negativa
sin tropezar con una
sonrisa,
y sin caer al vacío en
expresión de desaliento.
En la mesa contigua,
un astuto bribón de bello
plumaje
recoge con minuciosidad
las migajas,
sin perder de vista lo
fortuito
que pueda devenir por cualquiera
de los extremos
de la rosa de los vientos.
El gorrión cae en gracia,
pero él no se fía;
el famélico de largos
ayunos
levanta sospechas,
pero sigue confiando
en que alguien haga causa
con él
y dejen de sonarle las
tripas.
Dicen que el gorrión es un comensal humano que no molesta, será por eso que están desapareciendo.
ResponderEliminarUn abrazo..
Que abunden en la ciudad es síntoma de que algo no estamos haciendo bien. Tampoco es para sentirnos orgullosos de la acuciante pobreza que zarandea a tantas personas.
EliminarUn abrazo.
Me encanta la imagen aunque es triste que el gorríón tenga comida y el famélico de largos ayunos no la consiga.Saludos
ResponderEliminarMe alegro que vuelvas por aquí, Francisco, ya era hora de que viéramos tus letras, amigo.Espero que todo vaya bien.
ResponderEliminarLos pobres quisieran ser gorriones, volar, no sentir verguenza y hacerse con las migas, sin pedirlas.Pero ahí están confiando, con paciencia, en que la suerte y la generosidad bendigan su día a día, amigo.
Mi abrazo entrañable y espero que sigas más tiempo con nosotros.