Escribí tu nombre sobre el agua,
y surgieron burbujas caprichosas
que se mofaron en mi cara.
Escribí tu nombre sobre la arena,
y la salobre agua marina
lo lamió todo con pátina de espuma.
Escribí tu nombre sobre la piedra,
-procurando no herirla-
y al punto se hizo ilegible.
Escribí tu nombre en un sembrado,
segando la hierba oportunamente,
pero germinó la cizaña en su lugar.
Escribí tu nombre en la brisa y el viento,
y por si te resultaba ofensivo
lo borró el vuelo de una paloma.
Escribí tu nombre sobre tu piel,
emborronando con mi tacto
y por fin te diste por enterada.