¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive?
(Lc 24, 5)
Eran a penas las primeras
luces del alba,
cuando el frío se agudiza
como enroque de toda la noche
en vela
o filo del cuchillo, sangre
helada
en un borbotón de angustias
que empieza a distinguir las
sombras.
La piedra estaba corrida
y el sudario era un lienzo
manchado y flácido
que desmayaba la brisa por
el suelo:
No está aquí el que
está vivo.
─repetían las santa mujeres─
pero, ¿cómo creer a esas histéricas?
En el primer día de la
semana,
Virgen del más bello
amanecer,
Aurora refulgente que has
trocado
el filo acerado del puñal en
gozo,
por la buena nueva que
deshiela
en dulzura el amargor de Getsemaní
y el tormento infinito del Calvario,
te agitas con premura desde
Santa Marina
sabiendo ─como intuías─ que
vive para siempre.