He anudado mis ensueños a tu
cintura,
Virgen purísima; he humedecido
mi oración
con tus lágrimas derramadas;
me he anillado a tu
meditación
en el árbol desnudo de la
cruz,
para interiorizar, ─como Tú─
cada misterio, para mí
incomprendido.
En pos de ti, como fiel
soleano, ovillado
como pámpano al sarmiento de
tu Hijo,
donde la savia sabe sabrosa
con más intensidad que el
acero
que perfora con fuego tu
pecho.
Nada queda. Se han repartido
sus ropas y
─antes de que todo estuviera
cumplido─
te ha dejado a los desvelos
de Juan,
en quien está la humanidad
entera
y estoy yo mismo sin
merecerlo.
De tus silentes labios, una
encomienda:
“Haced lo que Él os diga”,
Soledad, dame tu mano, condúcenos
al erial de la cruz ─donde el Amor derramado─
para hacernos testigos del
amor.
Por una vez hemos coincidido en hablar de La Soledad, aunque en distintas vertientes.
ResponderEliminarAlgo es algo.
Me alegra coincidir contigo, aunque sea en aspectos paralelos de un mismo sentimiento.
EliminarBesos.
Muy sentido tu poema. Saludos, Paco. Y que el tiempo te siga acompañando en estos días tan señalados.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Cayetano. Parece que tenemos mañanita de niebla y tarde de paseo. La temperatura un poco baja por la madrugada y de despojarse de casi todo al medio día.
EliminarUn abrazo.
Una hermosa reflexión, al lado de Juan, el discípulo amado y la Soledad, madre de todos...Para llegar a la resurrección antes hemos de pasar por el "erial de la Cruz"y meditar el misterio incomprendido...Muy bello y profundo, Francisco.
ResponderEliminarFeliz Pascua de Resurrección.
Mi abrazo siempre.
M.Jesús
Te ruego me perdones, María Jesús, por no haberte respondido en su momento. La Semana Santa es una alteración en los ritmos de vida y espero que lo comprendas.
EliminarUn grandísimo abrazo.