Recuerdas aquel día,
─como otras veces─
aquella mañana de otoño,
cuando surtía de mí
mucho más
de lo que en mí cabía
e iba lamiendo las laderas?
¿Lo recuerdas?
Yo era un torrente en
crecida
que iba desbordado hacia
ti,
que arrasaba
con cuanto encontraba a mi
paso,
lo acunaba en mi seno
y le iba sumando elementos
de lo más variopintos:
coches abollados,
contenedores,
tapas de alcantarillas, gatos,
perros,
un jumento con muchas mataduras
y otros animales
sorprendidos
por mi brazo hostil;
alfombras y mesitas de
noche,
jaulas sin pájaros y peceras
sin peces
que dormían la dulce
espera;
piedras, lodos, enseres no
clasificados,
flores marchitas, loza
rota,
cascotes de una tapia
que había perdido el
equilibrio…
Millones de suspiros
y un centenar de afonías
desmayadas…
Ahora soy cauce seco,
pero todo cuanto encuentro
te lo entrego a ti
en tu aposento salino
por quien muero.