La felicidad es la resultante
de un arqueo,
un balance de las existencias
inmateriales
que se mecen entre las ramas
de lo imposible,
entre la realidad y el deseo.
Cuando la ambición se desborda,
no hay canal, no hay acequia
ni recolector alguno
que sean capaces de conducir
las exuberancias de una DANA.
Sin equilibrio,
la caída es inevitable
y la felicidad una derrota cantada
en el propio imaginario,
allí donde la desmesura
hace que cualquier talla
nos quede pequeña.
La felicidad, ese reajuste
entre la avidez y lo buenamente posible.
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