Aprender a vivir
es una licenciatura que no se agota,
como tampoco se colma nunca
el conocimiento:
cuanto más aprendes,
mayor es el descubrimiento
de lo mucho que ignoras.
A modo de evaluación,
tan ignorante es el patán
como el refinado que cree conocer.
Aprendemos a llorar,
como primera de todas las lección
para exigir lo nuestro;
luego, imitando, nos enseñan a hablar
y más tarde resulta
que ni siquiera las protestas
logran la meta de nuestras exigencias.
Algunos aprenden a pensar,
y por este método se dan cuenta,
que son los que medran
quienes alcanzan éxitos temporales
que suelen revalidar.
Aprender a vivir es una lección práctica
que nos conduce a la desembocadura,
con la triste sensación
de que nada hemos aprendido.
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