Ante el espejo,
ese viejo que me mira
guarda un puntito de jovialidad,
de pudor e inocencia,
de traviesa curiosidad permanente
que le da un cierto atractivo.
La ha caído sobre su figura
la niebla de los días,
un enigma entre dulzura y extrañeza,
un tanto de aplomo y sosiego
a la agitación de antaño
y otro tanto de ceniza
sobre su cabeza.
Se han estrechado sus costumbres,
pero conserva firme los cimientos,
así como las claves;
sin dudas ha evolucionado,
se ha desprendido de las virutas,
pero sigue mirando con idéntica ternura.
No es un escáner lo que veo,
pero tampoco hace falta tanto pormenor
para que la identificación sea veraz.
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