La luz de finales de agosto,
un fanal que ilumina el camino
de regreso,
por el que casi todos vuelven a la normalidad,
no siempre bien encuadrada
dentro de los cánones.
Luces y sombras, satisfacción y descontento
en un reparto anónimo
y no siempre bien aceptado;
como frontispicio, el calendario escolar
marcando el ritmo de alumnos y padres,
de abuelas y docentes,
cada uno a su afán;
mientras el huracán de la vida
-con voz de mando-
va hilando los tiempos y conjugando el futuro.
El verano es un discurso poliédrico
y también átono, aunque estridente,
un volver al ayer descafeinado,
donde el ocio capitanea las vidas
de quienes pueden permitírselo,
mientras los de la cola de la precariedad
se hacen la ilusión
de volver a mayo o junio y comer a diario.
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