A lo largo de los años
he sido un titubeo ocasional,
un mar de dudas accidentales;
la vida de frente
y una retranca de vacilaciones
poniendo en solfa
el mismísimo sentido esencial.
La música de los días
era agradable, gozosa y bailable,
pero la letra me llevaba de su mano
a la discordia y a la contrariedad.
Quise deglutir los cantos rodados
que me salía al paso e incomodaban,
pero nunca llegué a estar preparado
y no probé jamás las caricias del pensamiento.
Ahora anciano, hago balance
y aprecio el acierto
de haber andado mi camino
y muy satisfecho de no haber errado
gravemente.
Me dejé llevar. Vuelvo la mirada
y siento que tengo todos los motivos
para dar gracias por seguir mi intuición,
no haber hecho caso a los murmullos al oído
y haber orillado la ambición que lo promovía,
esa que hervía en mis adentros
quitándome la paz.
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