Se aproximan los días de octubre,
vienen, como es de esperar,
sensiblemente acortados,
de luz más tenue, menos rotunda,
sin estridencias ni fogonazos
y sombras más dulces y redondeadas.
La tarde invita al paseo
a desabrocharse las ataduras
y a revolotear de manera ingrávida,
con la ligereza de una libélula,
de un cuerpo exento de masa
en el dulce placer de no hacer nada.
Cruce de caminos, de encuentros,
visión fugaz de la nada
y el colorido del cielo arremolinándose
por donde declina el día y se hace noche;
se despiertan lo deseos,
acuden en masa las apetencias vetadas.
Entonces,
entorno los ojos y calibro los tiempos:
es momento de eficacia, de fajarse
y correr la mano, de acelerar
y cuadrar los balances en tiempo y forma.
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