El maestro había pedido a los
alumnos una redacción sobre las experiencias vividas en el fin de semana. El
resultado fue que al día siguiente tomaron vida un montón de historias, la
mayoría de ellas poco coherentes y muy mal escritas, salvo de la Hugo. Refirió
Hugo que había ido con su padre a la montaña; a su padre les gustaba buscar
espárragos y setas, pero siempre se negaba a llevarlo. “Así no aprenderé, padre”.
“Tienes razón, mañana vendrás conmigo”. De este modo consiguió Hugo que su
padre le llevara al campo, donde pasó un día maravilloso; ya cansado, lo dejó
el padre sentado bajo un algarrobo, le entregó el bocadillo y le pidió que no
se moviera de aquel lugar. El primer rugido que escuchó pensó que sería de tus
tripas, pero el segundo y fundamentalmente el tercero comprendió que no venía
de él, sino de algún ser desconocido, por lo que, sin obedecer las
instrucciones de su padre y dando gritos, salió despavorido ladera abajo hasta
llegar al pueblo.
El maestro al escuchar el relato
le pareció una patraña propia de la fantasía del niño; no obstante, para incrementar la intriga de lo que suponía producto del miedo de Hugo al verse solo, le preguntó:
“¿Olía como a azufre quemado?”. “No sé cómo huele el azufre quemado, don José,
pero olía muy mal”. “Eso sin duda era olor a azufre. Es la característica del Monstruo
de la Montaña, pero se trata de un animal inofensivo que sólo se excita cuando
se le aproximan los humanos y expele una bocanada de fuego fatuo por la boca
con ese olor tan singular. No hay que temerle, pues como digo es inofensivo si
nos mantenemos a cierta distancia. Es más, yo os incito a que acudáis al monte
y lo veáis por vuestros propios ojos y venzáis el miedo.”
El fin de semana siguiente fueron
tan sólo los tres más atrevidos, pero un mes más tarde, aquel sábado a primera
hora, no eran sólo todos los niños del pueblo, sino también gran parte de
los mayores formaban un tropel enfilando el camino hacia el monte, pertrechados con
bártulos diversos. Asombrado el maestro les preguntó: “¿Adónde vais?”. “¡Vamos
al monte, queremos ver de cerca al Monstruo de la Montaña!”. Al darse cuenta el
maestro la movilización que aquella historia que él había inventado causaba en el pueblo, se dijo: “Ya sé que todo salió de mí mente y por mi boca, ¿pero acaso será cierto lo
del monstruo?”.
Buena historia y con buen fondo, pero disculpa si opino sobre el tema, ya que hoy por desgracia no hay que subir a la montaña para ver monstruos lanzando fuego por la boca, ya lo ven las criaturas en el día a día, solo hay que encender la tv y salen a patadas....
ResponderEliminarUn Saludo
Para ser un perro verde, luego raro, no te falta razón: la tele es un engendro monstruoso con demasiada frecuencia. Saludos.
ResponderEliminarBuenas noches Paco!!!! Siempre leo los cuentos literalmente, me gusta que alguien guíe mi imaginación por unos instantes!!! Si te soy sincera... yo no hubiera ido a la montaña!!! Besos primo!!!
ResponderEliminarHola Francisco...me gustó el relato, es muy bueno sentir a ese niño que llevamos dentro, que por instantes sueña y es un vencedor. Es un gusto leerte, recibe un fuerte abrazo.
ResponderEliminarA ver si lo de la crisis también es un cuento de algunos cuentistas que nos quieren quitar hasta el aire metiéndonos el miedo en el cuerpo.
ResponderEliminarUn saludo.
Bonita visión la que haces, Cayetano. Precisamente el tema del cuento es el bulo, una mentira que acaba por creer hasta el mismo que lo inició. Un abrazo.
EliminarBuen relato breve para demostrar que incluso quien vierte mentiras, puede llegar a creer en ellas. Creo que lo de la crisis no es un bulo, igual que otras muchas inconsciencias.
ResponderEliminarUn abrazo Francisco
Es también el caso de la mentira que de tanto repetirla se convierte en cierta. Y esto si que abundo hoy en día. Respecto a lo de la tele, totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarUn saludo desde mi mejana
Si curioso es que uno se crea sus propias mentiras, mucho mas lo es que todo un pueblo lo haga sin pararse ni un minuto a pensar, quizás por eso hay quien arrastra a tanta gente con cualquier motivo.
ResponderEliminarBuen día
Eso es imaginación, la de Hugo, la del maestro y la tuya, jeje.
ResponderEliminarUn abrazo Francisco.
Ya se sabe la realidad supera la ficción. Vaya bicho más feo. Pero así se crean los bulos. Alguien cuenta algo creíble y ya está la peregrinación en marcha. Lo del olor a azufre me mosquea. Creo que existe.
ResponderEliminarBss y buena semana
Qué buena historia. Lo cuenta para los niños y al final son los adultos los que pican en masa. La credulidad de la gente es infinita, lo que significa que aún se conserva la inocencia y la fantasía de un niño. Al final hasta el propio maestro empieza a dudar.
ResponderEliminarFeliz día
Bisous
Un maravilloso relato, que parece natural, como la vida misma. Enhorabuena. Un abrazo.
ResponderEliminarUna mezcla de magia y realidad sabiamente dosificada por el autor.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues sí, hay veces que de tanto crearnos una imagen, una fantasía, al final acabamos por creérnosla, y pasa lo que pasa. Feliz semana, Francisco.
ResponderEliminarEsta historia me recuerda un poco al argumento de la película "El gran carnaval" y la manipulaión de hechos inventados o ciertos en parte por los medios de comunicación. Lo que empieza siendo un grano de arena, termina siendo una montaña, independientemente de su credibilidad.
ResponderEliminarSaludos
Los fantasmas, demonios o monstruos no son más que espejismos que viven en la imaginación de quienes creen que en verdad existen.
ResponderEliminarAunque, hay verdaderos monstruos en la vida real, más espeluznantes que los de los cuentos o los de historias de ficción, aquellos que a menudo vemos en los noticieros o en las portadas de los diarios.
Abrazos alados, y linda semana Francisco.
Las habladurías e invenciones,pueden ser raíces fértiles en las mentes abiertas y como bola de nieve ir aumentando de tamaño hasta hacerse colosal y creíble hasta para quien o quienes las crearon.
ResponderEliminarMás normal de lo que pueda parecer...
Así somos de crédulos.
Besos.
Es que estas cosas son así, Francisco... haberlas, haylas!
ResponderEliminar;)
Abrazote!