Se retiraba a
regañadientes,
como arrastrando una pena.
Su luz dorada comenzaba a
ser mortecina
y ya no hería,
era una pavesa
ensangrentada
humillada y lastimera.
El incendio dócil del
poniente
en el espejo del rebalaje,
como dama en traje de
noche
que arrastra la cola
dejando huellas de su
paso.
La mar, con su música
oscilante,
plata bruñida y alterable
invitando al acontecimiento,
hoy dorada despedida,
un enardecimiento que
invita
a la contemplación sin límite
horario,
ni resulta fácil dar con
la salida.
De tanto mirarte, de tanta
contemplación,
de tanto querer frenar la
marcha,
este éxtasis, este mirar
pasmado
sin poder evitar que
finalmente
se escore fuera de la
visión
y desaparezca como en los
días sombríos
aquello que es excepcional
como rosa sin tallo.
Tanto el ocaso cómo el amaneces son regalos maravillosos que nos ofrece la naturaleza.Saludos
ResponderEliminarUn momento excepcional que podrá huir... pero que tú has plasmado con bellísima lírica.
ResponderEliminarUn abrazo!
Hola Francisco, tus poemas son hermosos, todos ellos. Me gusta especialmente como has terminado esta poesía.
ResponderEliminary desaparezca como en los días sombríos
aquello que es excepcional
como rosa sin tallo.
Voy a venir mas seguido a leer tus poemas, que siempre disfruto enormemente.
Toda una personificación del ocaso, que le dá cuerpo, alma y espíritu a la tarde, Francisco. Una preciosura, que nos llega a todos de forma muy especial. Mi felicitación por tu sensibilidad y buen hacer.
ResponderEliminarMi abrazo admirado y mi ánimo.