La juventud escalaba por tus piernas,
se relajaba mínimamente en tus caderas
y seguía ascendiendo
hasta hacerse aguerrida en tus labios,
donde se pertrechaba de un ramillete frutal,
un eficaz excitante de mi sed
y se hacía sonrisa radiante.
Dos pétalos de rosas daban licencia
a tu pronta sonrisa,
a la música de tu silencio
y a la avidez de tus ojos.
Escanciabas alegría como de un aljibe sin fin
con pasillo secreto a lo inagotable.
Tu presencia, atrio de palacio,
las puertas del cielo, el trono soñado
repujado en púrpura y bañado de luz:
oro, piedras preciosas, filigrana y jade,
en el sobresalto de tu sonrisa.
Yo caminaba a oscuras, venía de lo imperfecto,
de un caminar errante de huellas sucias,
y en la urdimbre de tus yedras
estaba la partitura
de mis vivencias de eternidad.
Todos hemos pasado desde la niñez a la juventud escalando lo que hemos podido y dejado y hemos llegado a lo que hoy somos, personas mayores que siguen teniendo ganas de seguir viviendo sin molestar a nadie.
ResponderEliminarSaludos
Tal como dices, Emilio, tratando de ser libres y respetar la libertad ajena.
EliminarUn abrazo.
Que bonito poema y que hermosas vivencias de eternidad. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Charo.
EliminarUn abrazo afectuoso.
Nos dejas un buen ramillete de metáforas para describir la partitura personal y amorosa de tus vivencias hacia la eternidad...Muy bello e inspirador, Francisco.
ResponderEliminarMi abrazo y feliz fin de semana.
Muchísimas gracias por tus subrayados, María Jesús.
EliminarUn abrazo cariñoso.
Un broche de oro.
ResponderEliminarBesos
Un broche de oro es que tú llegues a mi puerta.
EliminarUn abrazo.