Un paseo por el campo, una vereda
que a veces va por la umbría y otras por la ladera soleada de una loma. Campos
cultivados, campos en barbecho, frutales sin poda, cañadas profundas con una pequeña
corriente de agua cantarina al fondo y de repente, una construcción a la que el
tiempo dio su finiquito: no hay techumbre; ni siquiera quedan vigas sobre las
que se sustentara, sino desnudos muros de piedra y barro, alguno de ellos
bastante derruido. Una puerta de dimensiones reducidas habla de la humildad del
habitáculo y los restos de cal en las jambas y paredes laterales de la entrada
son la confirmación de haber sido habitada por personas en otro tiempo. Un
ventanuco, una inexistente chimenea que en otro tiempo enhiesta lanzaría la
fumata de la leña quemada y la certera trébedes con sus ollas, sus pucheros,
sus tenazas y su abanador de pleita.
Sin necesidad de entrar, porque
la curiosidad también se satisface en la memoria y en la imaginación, y con la
precaución de no adentrarme en un ámbito ruinoso y decadente del que
posiblemente salir descalabrado, uno toma sus cautelas y cree leer en cada uno
de los vestigios la vida de quienes allí moraron. Esta edificación corresponde
a un tiempo donde el campo estaba a una distancia que hoy parece ridícula con
los medios de locomoción al alcance, pero que entonces era distancia de
aislamiento, donde todo objetivo como programa de vida era la subsistencia. Los
elementos, además de azadas, hoces, hachas y arados, era la sangre caliente de
animales y hombres; la jornada de sol a sol y el habitáculo el refugio de las
personas y el lugar de los aperos de labranza.
Cuando contemplo una imagen como
esta en un repecho soleado, de dimensiones diminutas, acosada por la propia
naturaleza que toma posesión de todo abandono en medio de la nada, siempre
pienso en las personas que la habitaron, en las veces que fallaron en sus
pronósticos con las aguas y los vientos, con las cosechas y la soledad ante los
intermediarios en tiempos de recolección que siempre se acaban imponiendo; en
las estrecheces no sólo físicas, sino también en la dieta rutinaria de lo que
el campo propio da en cada tiempo, de la alacena donde se provee el largo y
duro invierno de campos desnudos, de fríos intensos. Una vida cuya banda sonora
es el silbo del viento, la abubilla y la alondra o el búho nocturno que cantan
la partitura del tiempo eterno. Deshabitada hoy, derruida, inhóspita, casi en
el suelo, pero donde hubo vida que se fagocitó el tiempo.
Hola, Francisco:
ResponderEliminarMuchas casitas como esa hay en mi tierra natal, solitarias y olvidadas en su destino fatal.
Un abrazo.
La mayor parte de las cosas de las que hablo, aunque localizadas geográficamente, son universales.
EliminarUn abrazo
Esas casuchas medio derruidas .. que bién las has dibujado Francisco.. Qué nitidez para describir la vida que las llenaba cuando estaban en su apogeo.. Me ha encantado leerte y ver las imágenes contigo..
ResponderEliminarGracias amigo ...
Un cálido y dulce abrazo
Muchas gracias, fiel Aris.
EliminarBesos
Me has recordado mi niñez, cuando jugaba en las ruinas de una de esas casitas de las que solo quedaban algunos muros, y ahora me pregunto ¿ cómo podrían vivir ahí? En esos espacios tan reducidos a veces y sin a penas ventanas. ¡Qué dura debió ser la vida antes! Que tengas un buen día
ResponderEliminarLa vida es más común de lo que imaginamos. Muchas gracias.
EliminarUn abrazo
Cuando yo paso por estas pequeñas ruinas que llamo, también pienso en quienes un día fueron felices o desdichados. Cuando paso por las grandes ruinas de Templos y columnas tambien pienso que estoy pisando por dónde miles de personas antes lo han hecho con su vida a cuestas.
ResponderEliminarPienso... como tú que tan bien lo descrito.
Pero voy aún un poco más allá, y es en pensar en mi propia ruina.
Bss y feliz semana
Ese fue el motivo que me llevó a escribir y lo que pretendí hacer: destacar la vida de sus moradores. Gracias.
EliminarBesos
Bueno yo creo que esto de las ruinas es como la evolucion de la sociedad, no crees? empiezas de la nada y al final nos estamos viendo como todo se resquebraja......
ResponderEliminarLa foto esta mazo chula querido amigo, y no te creas que tenemos tan lejos el campo, donde vamos a terminar por emigrar de nuevo.
un abrazo
Mazo te delata la juventud, a pesar de la cual también eres sensible a lo que les sucede a otras personas y a aquellos que te precedieron, lo cual te honra.
EliminarUn abrazo
De forma aislada se ven en Andalucía casitas en ese estado ruinoso, pero cuando me sorprendí de ver pueblos enteros derruidos fue en un viaje a Aragón. Esta claro que el denostado PER andaluz sirve para algo, para que la gente no se marche de sus pueblos.
ResponderEliminarSaludos
Quizás mañana encuentres más motivos para hablar del PER, Emilio.
EliminarUn abrazo
Buenos días primo!!!! Me sucede como a tí que cuando veo alguna casa de campo abandonada, comienzo a imaginar a sus habitantes, cómo vivirían, si serían felices, lo dura y trabajosa que es la vida en el campo... Un besito muy fuerte.
ResponderEliminarAyer estuve hablando de ti con un amigo coronel y una amiga madre de coronel y general. Les hablé de que nos queremos, que no nos conocemos y se maravillaron de que así fuera, pero es cierto, ¿verdad?
EliminarBesos
Hiciste una buena descripción de esa casa que habla de otras épocas en las que estaba llena de vida y hoy dormita mientras poco a poco las inclemencias del tiempo le van arrancando cada vez mas piedras.
ResponderEliminarEl mejor piropo es que te parezca fidedigno.
EliminarUn abrazo
Por mi tierra, estas pequeñas casas no eran viviendas de familias, sino solo un sitio para para guardar los aperos de labranza y pasar alguna noche que se hiciera tarde para volver al pueblo, porque, como dices, antes las distancias eran más largas.
ResponderEliminarLas había sólo de aperos y cortas estancias, pero también como vivienda única.
EliminarUn abrazo
Los pueblos abandonados, las casas derruídas, llenan de añoranza los corazones buenos. E inevitablemente, estos corazones obliga a la mente a pensar...¿quienes pululan aún por estos lares olvidados¿ ¿A quienes los silbidos del viento les mantienen presos en los rincones tejidos de telarañas? ¿qué hechos pasados mantienen su energía entre las piedras derrumbadas?
ResponderEliminarUn análisis que ayuda a reflexionar...
Que tengas una buena semana!
Me alegro haberte llevado a ese lugar, no al físico, sino a la reflexión y a pensar en esa pobre gente.
EliminarBesos
Me gusta encontrármelas por esos caminos de Dios, dan un toque especial y misterioso al paisaje.
ResponderEliminarUn abrazo Francisco.
Es verdad, hablan de otro tiempo que es posible que vuelva; de un tiempo de subsistencia, pero que le dan una vida misteriosa al campo.
EliminarBesos
Muy bien expresado Francisco, muy bien dicho. Por mi tierra de Soria hay cientos de esas edificaciones en diferentes formas de ruina, otras al ser de adobe casi disueltas por la lluvia.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias, Jaal. No imaginaba que eras de Soria. Por ahora no debes estar pasando mucho calor.
EliminarUn aabrazo
y...cuantos secretos guardan esas casitas, si pudieran hablar nos informarian de la vida y penurias de entonces...
ResponderEliminarUn abrazo lulitas
Eso es lo que traté de reconstruir, que en medio de esas ruinas palpitaron vidas.
EliminarUn abrazo
Me recuerdan las casuchas rurales de otro tiempo donde vivían miserablemente hacinados los desheredados de la tierra, personajes de "los santos inocentes".
ResponderEliminarUn saludo.
Son de otro tiempo, Cayetano, de tiempos de hacinamiento, de jornadas interminables y sin días festivos, de "santos inocentes".
EliminarUn abrazo
Casita casi fantasmal, pero no esta nada mal, si se puede rehabilitar. A esto llegaremos. Abrazos, Francisco.
ResponderEliminarOjalá no lleguemos a eso, Paco. Te imaginas: ni luz eléctrica y todo lo que desencadena, ni prensa, ni divertimentos...
EliminarUn abrazo
Un espacio el tuyo repleto de sensaciones y calidad literaria. Un placer haberte hallado.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias, Jorge, por esas palabras tan amables.
EliminarSaludos
Hola Paco, muy bonito el texto. Eran otros tiempo cuando estas casitas o molinos de labradores estaban en pleno auge. Tiempos de miseria en donde los hombres de los pueblos si no trabajaban las tierras se morían de hambre. Esperemos no llegar a eso, pero al paso que vamos sería bueno rehabilitar ese molino para volver a moler el grano y hacer harina.
ResponderEliminar:-) Muy bonita la foto.
Saludos y besos
Muchas gracias, Isa. Tenemos recuerdos similares.
EliminarBesos
Te pasa como a mi, esas viejas casas de campo abandonadas me hacen pensar en la vida que albergaron, imagino como tu esas incertidumbres pero también ese otro tipo de vida que realmente ya no seríamos capaces de soportar pero...no eran ellos más felices de aquella manera?
ResponderEliminarBsss
Creo que sí, que eran más felices. Conocían menos cosas y eran menos las que necesitaban.
EliminarBesos