Cada día muere la tarde
y con ella lo damnificado
que se pierde en el
anonimato de las prisas.
Una flor de hibisco, rojo
encendido,
que esta mañana se
despereza,
mañana será una pavesa
bajo el rastrillo del
jardinero.
Un capullito de nácar
con apariencia de eterno,
esta noche será fragancia de
jazmín
y mañana pasto para la
escoba.
El mismo sol, que era fuego
en las horas cruciales del
día,
se hace caricia oblicua
al declinar el atardecer
y beso anaranjado en el
horizonte
cuando desaparece por los
límites
por donde se despeña la
vista y se hace opaca.
Así también los besos que no
nos damos,
se marchitan sin ser y sin
que siquiera
hayan dejado regusto de ti
en mi o viceversa.
Es un momento único del día. El cielo se engalana con sus más preciosos colores para despedir al sol. Comenzando el nuvo día aparecerá de nuevo iluminando la tierra a justos e injustos.
ResponderEliminarBesos
Como posiblemente sepas, soy madrugador y me encanta ver cómo despierta la mañana.
EliminarBesos.
Muy becqueriano tu poema.
ResponderEliminarLos besos que no se dan se han perdido, como otras cosas que no se hacen, se han quedado sin hacer.
Uno lleva dentro los sentimientos y emociones propias y las aprendidas de las que se apropia. Pero no me quedo con todo: aquí llevas...
EliminarBesos.
Cierra los ojos
ResponderEliminarAbre los labios
En este verso
Te estoy besando
Hasta mí tu delicioso sabor a vainilla.
EliminarBesos.
Y los te quiero guardados se nos amargan y nos contaminan la esencia.
ResponderEliminarNo me digas que la tarde muere, porque cuando se me murió un día, mi gran consuelo fue que tú me dijiste: no ha muerto, se ha ido a dormir. No fue mentira piadosa ¿sí?
Mil besitos de anís.
En verdad no muere sino que aparentemente, se duerme por el cansancio del ajetreo diario, como tú, como yo, y despertamos al alba cuando la mañana se despereza.
EliminarBesos de anís.