Llegué a Zarauz a mediados de junio. Había volado desde Málaga a Madrid en un Caravelle casi sin darme cuenta; luego desde Barajas a Fuenterrabía en un cuatrimotor Fokker que se movía como si fuera un avioncito de papel de los que nos lanzábamos cuando niños, sobre todo cuando salió de la planicie mesetaria. Tuve la sensación de que me daban la vuelta al estómago en un trayecto que me pareció interminable. El aeroplano se adentró en el Golfo de Vizcaya para iniciar la maniobra de aterrizaje y yo andaba despistado sin saber si tomaríamos tierra a este o al otro lado de la frontera. Afortunadamente me esperaban José y Fermín, me pasearon por Donosti, cenamos en la parte vieja y llegamos a Zarauz cuando la noche estaba ya avanzada.
Es una suerte llegar a un sitio desconocido y contar con una cabeza de puente que te abre los caminos y todo te lo facilita. Me fui lejos de los míos, pero no estaba solo, sino muy bien arropado. A la mañana siguiente ya me había incorporado al trabajo. Dos semanas más tarde, tal vez un mes, por aquello de los amigos, me acogieron en la cuadrilla y me invitaron a celebrar la fiesta de los quintos. Para mi sorpresa, allí tienen la costumbre de hacer una comida anual todos los quintos durante toda su vida. Un autocar y muy buen ánimo en el punto de salida. Aunque la distancia hasta la capital no era muy larga, una parada en el camino para el amarretako, unos bocadillos de jamón y la bota de vino que pasa de mano en mano mientras se tomaba el aire fresco poco antes de llegar a Beasain. Con la alegría del vino y el tentempié, fueron desgranando canciones durante todo el camino hasta llegar a Rentería.
Todo estaba convenido. El autocar nos dejó a las puertas del Panier Fleuri, donde nos esperaba un banquete pantagruélico: treinta y cuatro entremeses variados, fríos y luego calientes, media langosta a la americana por cabeza y solomillo de ternera, para terminar con un suflé Alasca, todo ello regado con abundante vino y sobremesa de café copa y puro. Yo había dejado atrás la pipirrana malagueña y el pescaito y todos me observaban para ver cuándo dejaba de comer. Los pocos años y el pundonor no pudieron levantarme de la mesa. “¡Ay va, sí que come el malagueño!” Luego fuimos a San Sebastián y nos organizamos en pequeños grupos para recorrer sus calles y seguir tomando copas. No puedo decir que disfrutara el paseo, porque la pesadez digestiva me tenía fuera de lugar.
No recuerdo el regreso, pero sí que a la mañana siguiente tuve un cólico como nunca antes ni nunca después en mi vida. Perdí la cuenta de las veces que usé el baño: el sudor frío y la debilidad se habían apoderado de mí. Un par de día de ayuno y agua de limón me fueron devolviendo a la normalidad, dejándome de paso una lección: para siempre entendí que la integración en una tierra donde existen sociedades gastronómicas es más lenta o imposible de lo que pudiera parecer a primera vista.
Jajajajaja!
ResponderEliminarBien, aprendíste bien, Paco! Pobre mío, vaya palizón que te metieron con tanta vianda, eh? Es que estos vascos... jajajaja!
Y tú, claro, llevabas bien aprendido el "Allá donde fueres, haz lo que vieres", pues hombre, no hay que tomarlo tan literal, aunque eso, ya lo sabes, cclaro...!
Muy interesantes estos recuerdos tuyos!
Eskerrik asko!
Un abrazote!
;)
Ja,ja,ja... Paco, recuerda el refrán:"De grandes cenas están las sepulturas llenas".
ResponderEliminarSaludos
Tengo tres preguntitas para ti:
ResponderEliminar1.- ¿Pero tú de dónde eres, de Málaga o de Sevilla?
2.- ¿A quién se le ocurre zampárselo todo?
3.- ¿Quién pagó la langosta? jajajaja...
Eso pasa con los atracones, sobre todo cuando hay muchos alimentos elaborados, con esas salsas, que a veces no sabe uno lo que ingiere. Y es que los del norte están habituados a otras rutinas gastronómicas, muy diferentes a las del sur.
ResponderEliminarUn saludo.
sssiento mucho el resultado....pero ¡que buen placer gastronómico viviste y ¿abes una cosa? Yo en tu lugar hubiese hecho exactamente lo mismo.
ResponderEliminarDespues."¿Quien me quita lo bailao?"
Con cariño, Juliana
jeje, monsieur, pero que le quiten lo bailao.
ResponderEliminarY al final a lo bueno se adapta uno pronto.
Feliz tarde de domingo
Bisous
¡Cómo me alegra divertiros! Gracias por expresarme vuestras sonrisas. Le debo una explicación a Elena: lo que me sucedió fue precisamente por comérmelo todo, lo pagamos a escote, precio que ya estaba convenido de antemano, incluyendo el transporte, y por último, ya que no lo tienes claro: nací en Ojén (Málaga), pero he tenido la necesidad y la suerte de placearme detrás del trabajo por varias ciudades españolas (también en Córdoba; mi último destino fue Sevilla, donde mis hijos crearon sus vidas propias y aquí sigo, posiblemente hasta el último día.
ResponderEliminar