A mi amigo de toda y para toda la vida, José Gorría.
Vivía en el piso 13. Era el ático. Sólo cuatro o cinco privilegiados teníamos el placer de habitar las estancias del último piso, donde el rumor del Cantábrico era melodía habitual en esa rectilínea y abierta playa de Zarauz. A veces silbaba el viento, pero traía los cánticos de los pescadores del Gran Sol; cánticos salobres de sudor, de esfuerzo, de sal marina adobada con faenas extenuantes. La mayor parte de las veces era placidez silente con un murmullo a agua que se agitaba en el rompiente con ecos de espuma blanca. En aquel piso 13 y con tan pocos años, era fácil y placentero dormir y hasta soñar.
Una y media de la madrugada; dormía como un tronco fundido entre las sábanas. De repente, un cosquilleo en la nariz y el inconsciente manotazo para retirar al posible insecto. Era insistente, una y otra vez, y también la agitación de mis manos queriendo retirar de mi cara aquel intruso tan poco habitual. Olía a mar. Olía intensamente a mar como en días de resaca, mar de fondo o de augurios insospechados. Cuando abrí los ojos, eran José Gorría y Rufino, el jefe de cocina; éste último sujetaba por la cola una hermosa lubina con cuyo hocico me había estado dando en las narices hasta despertarme. “¡Nos la vamos a zampar ahora mismo!”.
Rufino era fortachón como quien da cumplidamente el genotipo de su estirpe vasco-navarra. De inmediato nos puso a pelar ajos, mientras él manejaba el cuchillo sacando los lomos con la habilidad que suelen hacerlo los maestros de cocina. “¡Entra a la cámara y tráeme una botella de txakolí; no, mejor dos!” A los pocos minutos nos habíamos acomodado los tres en la propia cocina del Euromar y dábamos cuenta de una lubina al txakolí, recién pescada, que trajo el verdadero cántico de los esforzados hombres de la mar, y que hablaba de aventuras, de sueños, de frustraciones, de aparejos de pesca, de vientos, de borrascas… Al abrigo de aquel sótano silencioso, pasadas las dos de la madrugada, dimos cuenta en un plis-plas de aquel manjar exquisito, nos pimplamos la otra botella con que no había regado el guiso, salseamos con abundante pan, y nos regresamos al piso 13 para reanudar el sueño interrumpido, no precisamente con una pesadilla.
Se huele a mar y a buena cocina vasca. Estuoendo recuerdo.
ResponderEliminarMuchos recuerdos de tu paso por el norte, y muy bien narrados.
ResponderEliminarUn abrazo.
Despertar de un sueño para tener esa sorpresa bien vale la pena. Recuerdos para siempre.
ResponderEliminarUn saludo.
Buenos recuerdos y sabrosos también. Beso.
ResponderEliminarHola francisco, gracias por sus bellas palabras en mi casa, en la suya también hay qye decir que hay muy buen relato y ameno, una buena cocina y unos buenos sueños.
ResponderEliminarLe dejo mi ternura
Sor.Cecilia
Y que estaría bien buena la lubina, no como las de piscifactoria que no saben a nada.
ResponderEliminarNo estuvo mal el festín a pesar de las horas intempestivas:)
ResponderEliminarUn abrazo
Es la primera vez que oigo de alguien que se levanta a los dos de la mañana para zamparse una lubina... Qué recuerdos y qué vistas las del mar Cantábrico.
ResponderEliminarAbrazos
Un buen despertar y un buen sueño en tales circunstancias.
ResponderEliminarQuien cogiera un trocito de esa lubina para probarla.
Un abrazo Francisco. Es un placer leerte.
Aquí estoy recreando tu historia con aroma a mar…y no precisamente porque tenga el mar tan cercano como en aquellos días del piso 13...pero si porque estoy almorzando un escabeche de pescado que me provocó preparar para mi almuerzo...
ResponderEliminarEra un almuerzo sencillo, solo para mi porque a estas horas solo estoy con mi nieta y a ella el pescado no le hace gracia...era solo un pedazo de pescado sudado con cebolla y pimentón y un toque de aceite de oliva...nada gourmet...nada elaborado, pero con este toque tan divino con que me has presentado tu historia has convertido mi almuerzo en una exquisitez…
No hay vino, sino jugo de mora, pero yo que suelo soñar con las historias mas lindas pretenderé acompañarte de manera omnisciente por aquellos años en que el mar te invitaba a soñar bonito al lado de amigos tan queridos como al que le has dedicado tu escrito..
Un beso….gracias por este viaje..
Vaya manjares: Ya me hubiera gustado gustar de unas migajas.
ResponderEliminarBonito relato.
Besos