Yo venía del sur del sur, donde el verano agosta todos los vestigios de vegetación, salvo aquellos que sobreviven gracias a las intrincaciones de acequias, muchas de ellas trazadas por nuestros ancestros árabes. En Guipúzcoa el riego no necesita de turnos ni albercas, ya que quince días sin lluvia es un tiempo de sequía. Han pasado muchos años y aún guardo en mis retinas la explosividad de verdes por todos los rincones, tanto en valles como en los montes.
En septiembre dio comienzo la liga, como es costumbre. Para entonces ya me había alejado del fútbol lo suficiente como para no tener predilecciones. De mi niñez quedaba el recuerdo de las tardes entusiastas vividas a la escucha de la radio y luego reflejadas en el NODO con Carmelo, Orue, Garay, Canito, Mauri, Maguregui… aquellos legendarios leones de San Mamés.
Jugaba el Málaga en Atocha. La Real no era entonces la gloriosa dirigida por Ormaetxea y Arkonada sería un bebé o incluso no habría nacido; el Málaga por su parte acababa de subir a primera. Y en esas condiciones, se empeñó mi amigo Tomás Azpeitia -que en gloria esté- en que fuésemos al estadio y jugarnos la merienda. Nunca fui de apuestas, pero al fin y al cabo una merienda no era jugarse demasiado. El empate para ninguno. El viejo estadio era una encerrona casi insalvable para cualquier equipo, pero recuerdo un ambiente magnífico con un público hincha que presionaba y de qué forma sobre el terreno de juego. Milagrosamente gané la apuesta y me sentí por única vez seguidor del equipo de mi tierra que nunca lo había sido.
Algunos días después, Tomás le pidió prestado el Seiscientos a su hermano Fermín y fuimos a merendar a la hospedería de Aranzazu. Después de tantos años me cuesta describir la subida incesante desde Legazpia, pero no podré olvidar nuca aquella carretera de montaña, flanqueada por innumerables especies arbóreas, campas de frescos pastos casi interminables, todas en declives que se adaptaban a la morfología montañosa, segalaris en su esforzada tarea,e innumerables rebaños de ovejas manejadas con el silbo del pastor y la pericia del perro.
Arriba hacía fresco. La bruma añadía un tono de misterio a los prismas pétreos emergentes de la fachada del santuario. Tal vez estaba cerrado; no lo sé cierto, puesto que Tomás me llevó directamente a la hospedería. Pensé en lo reconfortante de un café calentito mientras ocupaba una de las mesas de la estancia junto a un ventanal que daba sobre la fachada del santuario, al tiempo que él hizo el pedido en el mostrador. Esperando el servicio comentábamos la jugada que a él le había hecho perder la apuesta, hasta que se me pusieron los ojos como platos al ver que nos servían abundante pan, una chuleta de ternera por barba de medio kilo con guarnición de pimientos rojos salteados y una botella de tinto. Al margen de las repetidas tardes de la infancia de pan con chocolate, la merienda que más y mejor recuerdo de todas las de mi vida.
Tú sí que me sorprendes siempre, amigo Patxi, permite que hoy, ya que andas por mis "lurrak" (nire lurretatik), te llame Patxi!
ResponderEliminarPor mis venas también corre sangre giputxi, precisamente de por allá, de Oñati. Paisajes preciosos, y ese santuario que impresiona, ahhh, el gran Oteiza!
La merienda, como para echarse a correr hasta Legazpia después eh? Jajajajaja!
Pues nada, yo sigo con mis correcciones!
Eskerrik asko por el guiño contínuo que nos haces a los vascos!
Muxu bat!
;)
Bueno es que esa merienda.. es para recordar... y despues de esos recuerdos tan bellos del cine, del NOdo.. de las tardes .. de niñez y adolescencia..
ResponderEliminarque bonitos recuerdos
Un besazo
Ya en casa, vengo del norte y ese verde del campo que se te mete hasta la médula todavía lo tengo conmigo . Un abrazo
ResponderEliminarPrecioso paisaje que este año pude ver in situ en mi viaje a Bilbao.
ResponderEliminarLa merienda, estupenda, jajajaja...
¿Sabes? yo soy del Athletic de Bilbao.
Un beso Francisco.
Recordar es vivir y gracias a tus recuerdos es un placer conocer tan bonitos lugares de esta España maravillosa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cierto es que los que venimos de zonas más secas, cuando visitamos algún lugar cercano al Cantábrico o a los Pirineos, nos sorprende ese verdor casi insultante que nos rodea por todas partes. Por eso estoy enamorado de Asturias, por eso... y por "les vaques" tan simpáticas.
ResponderEliminarUn saludo.
Con semejante merienda, ¿como será el almuerzo?
ResponderEliminarMerienda inolvidable, si señor; bonitos recuerdos, Frnacisco; y la imagen del viejo Anoeta... Saludos.
ResponderEliminarQuizás los recuerdos buenos y malos ligados al fútbol son los que mayor impronta dejan en la mente. Y eso que a mi no me gusta nada de nada...
ResponderEliminarSaludos
¡Menuda merienda, Francisco!
ResponderEliminarSaludos
Estimado Sr. Espada... entro por primera vez en su blog... y me hago la siguiente pregunta: cómo he podido vivir todo este tiempo sin conocer esta maravilla del 2.0?
ResponderEliminarSi ya le tenía en alta estima, este descubrimiento me hace situarlo en la categoría de seres venerados.
Un abrazo.
Sé que no se aprecia a través de la pantalla, pero Miniurgo acaba de subirme los colores. Gracias, gracias, gracias.
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