Llegué a ti
cuando eras
sonrisa inmaculada,
verbo no vocalizado
y arrebol
que mancilla la aurora.
Llegué
cuando tu boca era granada
abierta
como compás accesible
o meloso,
abrevadero soñado;
cuando acariciarte el pelo
era electrizante.
Han pasado los años
y aquellas brasas
son rescoldo inextinguible
y certificado de
pertenencia,
de oblación, de respeto y de
entrega.
Fuimos dos
y seguimos siendo dos,
pero con linderos
unificados.
Porque los rescoldos también calientan, manteniendo una temperatura constante y sin sobresaltos.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
No imaginas cómo me ha bajado la temperatura, Cayetano. Yo era... bueno, muy temperamental, pero ahora soy pavesa tibia y a veces temblorosa.
EliminarUn abrazo.
Preciosa granada y precioso poema. El rescoldo es lo mejor. El peligro de quemarse se aleja y el calorcillo sigue.
ResponderEliminarDebiera haber dicho fresa, pues me parece más suculenta y menos agreste. ¿Poma? Quizá poma, Angalu, como la de Blancanieves.
EliminarUn fuerte abrazo.
Elegancia y ternura.
ResponderEliminarGracias, Pepi, por tu estímulos a este viejo obstinado.
EliminarUn abrazo.
Precioso poema a tu mujer ¿Pepi?
ResponderEliminarMuchas gracias por tu valoración, Tracy.
EliminarUn abrazo.
Cuando el amor es auténtico el paso de los años lo solidifica.Tu poema es precioso y confirma lo que digo.Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Charo, por verlo así de esa manera.
EliminarUn fuerte abrazo.
Francisco, ese rescoldo inextinguible es la prueba de que la eternidad comienza aquí. Todos labramos nuestro propio cielo, amigo...Enhorabuena por ello.
ResponderEliminarMi abrazo y feliz semana.
Es muy cierto, María Jesús, aquí comienza todo, tanto lo bueno como lo malo. Mil gracias por tus palabras.
EliminarUn abrazo.