En mi niñez no se
estilaban
los carteles de “prohibido
el cante”.
Todo ha cambiado mucho
desde entonces;
también ─afortunadamente─
ha desaparecido el serrín
del suelo
y se han sofisticado y
encarecido las tapas.
En la taberna de mi abuela
sonaba,
desde un gramófono con
manivela,
Vallejo, Rosa Fina,
Angelillo, Caracol,
la Niña de los Peines, Mairena,
Marchena…
En la radio tenía cabida
otras músicas
que me resultaban extrañas,
algunas, como la
Malagueña,
de Isaac Albéniz, sintonía
o cabecera
de ciertos programas
radiofónicos.
De igual modo sonaba
Granados,
Falla, Turina, Bretón…
Pasado el tiempo descubrí
a Beethoven,
Mozart, Debussy, Bach,
Chopin…
Hoy sigo amando el
flamenco
y me estremezco ante una
malagueña,
una soleá, seguiriya o
unos tientos;
pero me transporta al
cielo,
sin separar los pies de la
tierra,
los conciertos de Brandeburgo,
la Quinta Sinfonía, Sonata
para piano
o Eine kleine Nachtmusik.
Conforme pasan los años se nos abre la meten a otras cosas, música incluido, aún recuerdo reírme de mi padre de lo que le gustaba el tango y en especial Carlos Gardel, hoy no me reiría, me gusta el tango y el flamenco del que en mi adolescencia y juventud abobinaba.
ResponderEliminarun abrazo.
La música nos trae paz, alegría , entusiasmo... y si, con los años los guston cambián pero prevalecen muchas melodías del pasado.Saludos
ResponderEliminarMe encanta esta serie que has hecho de poemas evocando la vida de antaño. Son deliciosos. Lo describes con vividez y una ternura que se contagia.
ResponderEliminarY ...la música... ella siempre ahí, formando versos más allá de todo.
Un fuerte abrazo!