Hubo un tiempo lejano
en que el alumbrado
público
era el toque de queda.
No tenía reloj,
pero la vida giraba
en torno a la luz solar,
con la precisión irregular
de cuarto de hora arriba o
abajo.
La vida era muy simple:
la ropa de diario
y la de los domingos;
el día traía sus
agotadores afanes
y la noche el consuelo
de los ensueños.
Desde el patio,
el abuelo leía los astros
y las estrellas,
y se detenía en los
borrones
ocasionales de las nubes
y los vericuetos por donde
silbaba el viento.
La fragancia de la dama de
noche
era el acento en la
oscuridad
y la promesa de un nuevo
amanecer.
La cena, inflexiblemente,
el divisor que corría el
visillo
ente el hoy y el mañana…
La vida era lenta, muy
lenta,
pero avanzaba
inexorablemente.
Antes lenta, ahora, demasiado rápida.
ResponderEliminarun abrazo
Creo que la vida que ahora nos cuenta, es mucho mejor que las de ahora.
ResponderEliminarBesos.
Y cuanto añoro ese tiempo que tanto disfrutamos a un ritmo lento y calmado.Saludos
ResponderEliminarHubo un término medio en otros tiempos. El progreso precipitó demasiado nuestro ritmo. Abrazo
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