A su avanzada edad,
la memoria no era su
patria
y se le exiliaba con
frecuencia.
Sin saber cómo,
llevaba cincelada la
infancia
como tatuaje a la piel;
a veces no sabía ponerle
nombre
a todo lo que fluía por su
mente:
a cada árbol o a cada
planta,
al trino de los pájaros
o a los caminos soñados
por entre las estrellas,
pero le bastaba la
proximidad
─quizás cuestión de olfato─
para recordar la secuencia
de tantas aventuras
soñadas o vividas.
La senda podía recorrerla
con los ojos cerrados,
y hasta identificar cada
piedra
y cada tranco por su
nombre
o por los traspiés que no
llegaron a accidente.
En el amasijo de huellas
superpuestas
estaban las suyas
multiplicadas
por cada uno de sus
percances.
No se le despistaba la
música
del viento en el
cañaveral,
ni la cancioncilla de los
juncos en el río,
ni la del agua cuando
cantaba
su alegro vivace por el
rebosadero
y la alberca invitaba a
volver a la infancia.
Le bastaba entornar los
ojos
para vivir de nuevo cada
pequeña epopeya,
y contemplar la vida o el
correr de los días
apaciblemente, dormido o
despierto.
Mais um poema que muito gostei de ler
ResponderEliminar.
Cumprimentos poéticos
.
Pensamentos e Devaneios Poéticos
.
Que triste resulta ver a personas que han perdido su memoria y tienen que depender de los demás para poder seguir adelante.Saludos
ResponderEliminarUna desmemoria selectiva.
ResponderEliminarToquemos madera, que quiero que nos acordemos de todo siempre.
Abrazo.