30 agosto 2022

EL CORRER DE LOS DÍAS



A su avanzada edad,

la memoria no era su patria

y se le exiliaba con frecuencia.

Sin saber cómo,

llevaba cincelada la infancia

como tatuaje a la piel;

a veces no sabía ponerle nombre

a todo lo que fluía por su mente:

a cada árbol o a cada planta,

al trino de los pájaros

o a los caminos soñados

por entre las estrellas,

pero le bastaba la proximidad

─quizás cuestión de olfato─

para recordar la secuencia

de tantas aventuras soñadas o vividas.

La senda podía recorrerla

con los ojos cerrados,

y hasta identificar cada piedra

y cada tranco por su nombre

o por los traspiés que no llegaron a accidente.

En el amasijo de huellas superpuestas

estaban las suyas multiplicadas

por cada uno de sus percances.

No se le despistaba la música

del viento en el cañaveral,

ni la cancioncilla de los juncos en el río,

ni la del agua cuando cantaba

su alegro vivace por el rebosadero

y la alberca invitaba a volver a la infancia.

Le bastaba entornar los ojos

para vivir de nuevo cada pequeña epopeya,

y contemplar la vida o el correr de los días

apaciblemente, dormido o despierto.

3 comentarios:

  1. Que triste resulta ver a personas que han perdido su memoria y tienen que depender de los demás para poder seguir adelante.Saludos

    ResponderEliminar
  2. Una desmemoria selectiva.
    Toquemos madera, que quiero que nos acordemos de todo siempre.
    Abrazo.

    ResponderEliminar