Me pido la luz
para gozar de la sombra
que proyecta,
el árbol por su fruto y su
armonía,
la disposición en estrella
de sus ramas escalando los
cielos
y hacerse copa excelsa.
Medir el tiempo
en la atemporalidad de una
fuente,
en ese manar incesante y
generoso,
como un tendido eléctrico
infinito
y columpiar la mirada en
las cosas simples de la
vida:
la vereda interminable
que sube desde el valle
y se pierde tras el
recodo,
el color dorado del
atardecer,
la encina solitaria que
invita al reposo,
el escorzo de luz que
progresa en el alba
hasta hacerse radiante,
la brisa que sopla y
sugiere
cuando se enreda en el
almendro,
la canción blanca y
fragante del jazmín
cuando cae la tarde
y la golondrina vuelve a
su nido
en el alero de nuestro
hogar…
Respirar tu cercanía y
valorar lo vivido
regurgitando cada
intervalo,
también los suspiros…
Cada insignificancia, cada
instante.
Ese poema me transmite calma y valoro mucho lo que expresas en ella.
ResponderEliminarQue tengas un buen día. Besos.
Muchas gracias, Antonia. Es justamente lo que pretendía.
EliminarBesos.