Las calles están
desangeladas,
en especial el centro de la
ciudad
empeñado en un luto de lento
fluir
desde que se instaló la
pandemia
con su ala ensombrecida
y el pavor de una inmensa
mayoría.
Ese bullicio de otro tiempo
es hoy escasez deslavazada,
de incierto porvenir
y muy ojeroso aspecto.
Los escasos viandantes
buscan la sombra
y el castigo de un pésimo
acordeón
provoca más bostezos que
acordes
arrastrando sus tristezas
balcánicas
y la palidez de un tiempo
tan violáceo
como indefinido y mustio.
Algunos músicos callejeros
tienen más de calle que de
músicos,
pero ni siquiera ofenden al
repertorio,
tan solo muestran sus
debilidades
junto a su empeño por
agradar
y las claves de sol o fa que
el pan exige.
Se diluyen las notas calle
abajo
con el mismo abandono que se
advierte
en el desaliño de su
ejecutante,
y un reguero de nostalgia
hace pensar en los numerosos
vencejos
que serán multitud en la
plaza al caer la tarde,
en sustitución de ese vacío
que hoy por hoy se apropia
del comercio.
Hay de todo. He visto en algunas calles de Madrid y en el Metro algunos ejemplos maravillosos. Ciertamente, lo que más abunda es lo contrario: una forma de ganarse unas monedas castigando los oídos más sensibles.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Hace años, en la calle Sierpes había un quinteto de músicos venidos del este que más tarde desaparecieron de la calle. Al del teclado lo he visto en varias ocasiones tocando el órgano en el Tanatorio SE30, pero los más numerosos son los otros, los de la pachanga.
EliminarUn abrazo, Cayetano.
Me ha gustado esa definición de callejero que toca cualquier cosa y de cualquier manera "Algunos músicos callejeros tienen más de calle que de músicos", en el centro de Granada hay varios de ellos, claro que también nos encontramos con grupos de chicos jóvenes tocando clásica y sonando de maravilla para sacarse una perra. Parece que los centros históricos y turísticos comienzan a poblarse poco a poco, veremos hasta cuando dura.
ResponderEliminarUn saludo
Así es, Emilio, la gente va tomando las calles paulatinamente y se hace notar el flujo de forasteros o turistas.
EliminarUn abrazo.
Un cuadro muy tristón, será volver a salir, siendo que a la vez hubo quien nunca entró.
ResponderEliminarUn abrazo.
Así es la vida, Sara, un revuelto de alegrías y tristezas que no siempre nos acomoda.
EliminarUn abrazo.
En mi pueblo si te digo que hay bullicio y gente en las calles, vivo en el centro y lo veo a través de las ventanas pues apenas salgo.Tengo ya ganas de ir a Logroño que lo tengo muy cerca pero voy a esperar todavía unos días que ya esté inmunizada de la segunda dosis.Saludos
ResponderEliminarYo vivo junto a la Alameda de Hércules, la mayor concentración de bares y restaurantes que puedas imaginar, así que sé lo que es el gentío y cómo la gente anda desatada en este tiempo.
EliminarUn abrazo.
Pues hay que comprender la desgracia ajena. Hay virtuosos, sí, pero también necesitados a los que únicamente poner la mano deber resultar durísimo. Ofrecer algo: música, hacer de estatua, o vender pañuelos o calcetines pueden entender que es una forma de ganarse la vida.
ResponderEliminarUn saludo.
Estoy de acuerdo. Entre el gentío, un considerable número de personas que ofrecen lo poco que son o tienen por unas monedas. Los hay que cantan con una imaginaria guitarra que no tienen entre sus manos.
EliminarUn abrazo.
También ellos han salido perjudicado por la pandemia, pobres....
ResponderEliminarPor supuestísimo. Los más débiles han sido los más perjudicados, como pasa siempre.
EliminarUn abrazo.
Me gusta la musica callejera...... Un lindo poema amigo. Saludos.
ResponderEliminarAlgunos son muy ingeniosos, Sandra.
EliminarUn abrazo.
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ResponderEliminarHola Francisco. Realmente hay música buena por las calles, al menos por aquí hay un señor que toca el mismo instrumento del la foto y ameniza el ambiente. Ponen color y música en las calles y ellos reciben unas monedas en forma de agradecimiento. A mí me gusta y a veces me siento cerca del señor para escucharlo.
ResponderEliminarAbrazos