Un tumbo. Otro tumbo,
una nueva voltereta.
Quietud anquilosada. Sequía.
Una nueva avenida
y un atormentado desplazamiento,
siempre hacia la desembocadura.
Desde el lecho del río de la vida
no se divisa el horizonte,
no se conoce el paisaje,
ni se adivina el puente;
tan solo el accidente que te voltea
y te embarranca en una nueva duna.
Todo es ocasional. Fortuito.
Un lanzamiento hacia un destino incierto;
más de lo mismo:
pan para hoy y hambre para mañana.
Y así, de riada en riada,
lo
esporádico como sustento
y el final de tanta temporalidad
como historia laboral
de muchas páginas en blanco.
Sin derechos ni deberes,
una piedra, un canto rodado
que acabará en la playa.
Si no muere por el camino como pasa con los peces que arrastra el rio contaminado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tratamos tan mal nuestros residuos que no sería de extrañar que un día seamos arrastrados nosotros mismos.
EliminarUn abrazo.
Hay que andar con mucho cuidado por el río de la vida aunque no veamos horizontes ya sabemos donde nos llevará. Saludos
ResponderEliminarTienes mucha razón, Charo.
EliminarUn abrazo.
Me recuerdas a León Felipe y su piedra rodando en el camino, dando tumbos de un lugar a otros, Francisco...Vamos aprendiendo a tropezar, caer y levantarnos, vamos aprendiendo...Algunos con menos suerte, menos recursos y derechos y más sufrimiento y trabas...Hermosa metáfora la piedra o el canto del camino...
ResponderEliminarMi abrazo y mucho ánimo en estos días calurosos.
Somos en gran parte lo que hemos vivido y lo que hemos oído o leído a otros. Así llegamos a la vejez con una suerte de sumandos.
EliminarUn abrazo.