El estrado es como el Olimpo
del aula, una elevación sublime
que sobrenada sobre el alumnado.
Se levanta, crece como un amanecer,
no engola la voz, pero tiene acento
de tiza que le imprime carácter docto
y todo ello lo subraya perfilándose
los bigotes a dos manos.
Escribe con pulcritud desaliñada
sobre el encerado verde con márgenes
y los ejemplos redondean con acierto
cada ejercicio y cada teorema.
Se vuelve y pregunta a quien hablaba,
desvelando su ausencia temporal;
por los cerros de una ecuación
visualiza el resultado oculto
y da valor a esa incógnita irreverente.
Cuando quiere escuchar su propio eco
saber a quién hacer el planteamiento
y cuando quiere dejar al descubierto
el valor de lo negativo, también.
No necesita tomar notas,
en su pálpito están todas las evaluaciones:
los insuficientes y los sobresalientes,
a cada uno según su envergadura.
En las nuevas aulas no he visto ese estrado en el que tu y yo teniamos que subir para escribir en la pizarra o hablar con el maestro, esta palabra ultima que me gusta mucho más que la de profesor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es que los tiempos avanzan, Emilio, pero uno viene de donde viene. Ja, ja, ja.
EliminarUn abrazo.
En el colegio que estudié no había estrado era todo liso pero cuando te llamaban a la pizarra se te hacía una enorme cuesta. Saludos
ResponderEliminarDe una u otra forma, siempre había una subida hasta la mesa del profesor.
EliminarUn abrazo.
Algo de nervios, sienten los alumnos, al ser llamado al estrado, para resolver un problema.
ResponderEliminarFeliz fin de semana.Un abrazo.
Bastantes nervios diría yo, Antonia.
EliminarUn abrazo.
Ya la cosa no es lo mismo
ResponderEliminarTodo evoluciona, Tracy, pero a todos nos suena esto de lo que hablo.
EliminarUn abrazo.
Me gusta como nos tocó a los de nuestra generación. Había gran admiración y respeto hacia los profes, eran sabios y con toda vocación.
ResponderEliminarAbrazos.
Sigo sintiendo admiración por las personas que se empeñan en transmitir sus conocimientos a otros.
EliminarUn abrazo.