Procuro estar en casa
antes de que se cierren
las compuertas de la noche,
gozar del alumbrado de las estrellas
desde la terraza y soñar,
soñar más que vivir la madrugada.
Llegada esa hora,
en la que se ciegan los caminos,
prefiero trazar en el aire
el arco que describe la noche
en vez de tropezar con la aventura
y suturar sus heridas.
Una noche. Tan solo una noche
se encaprichó de mi una sombra
y lo pasé francamente mal.
No estoy curtido. Y ahora, mayor,
vuelvo por el camino de la infancia
y me abro al confort de recogerme
en el pendular impreciso
entre el día agónico y la noche.
No hay póliza que asegure la vida,
como tampoco hay riesgo
que te garantice gozar lo desconocido.
A fin de cuentas no son los sobresaltos
sino la cotidianeidad
la que me abre sus puertas día a día.
Tampoco puedo estar de farra hasta altas horas de la noche, esta se ha hecho para dormir, cuando trabajaba a turnos y me tocaba la noche lo pasaba fatal.
ResponderEliminarUn abrazo.
Entonces tenemos mucho en común. Nunca me costó madrugar, pero trasnochar muchísimo.
EliminarUn abrazo.
Una cotidianeidad que vivimos todos pero que en nosotros está pintarla de colores para que sea más alegre aunque sea en la tranquilidad de nuestra casa viendo ese anochecer desde la terraza. Saludos
ResponderEliminarTienes toda la razón, Charo, no es necesario que las cosas sean extraordinarias, que siempre lo son, sino que las vistamos de los colores adecuados.
EliminarUn abrazo.
Pero con la sensibilidad que posees todos los días son una maravilla.
ResponderEliminarAbrazos.
Cuando se ha avanzado mucho por el camino de la vida no es difícil valorar que todo lo que nos rodea es extraordinario.
EliminarUn abrazo.