Una silla plegable,
los pies desnudos sobre la hierba
y el lejano murmullo del tráfico rodado
como banda sonora.
No hay sombrilla
como la copa de un árbol,
ni brisa más eficaz
que la que destila la vegetación.
Siento un leve cosquilleo por las piernas,
las agito y desaparece
para volver de inmediato.
Soy un intrépido en la naturaleza,
un extraño:
una mariposa blanca vuela sus torpezas
sin atinar dónde posarse;
no así las hormigas,
ellas escalan mis tobillos
y se hacen presente en las rodillas
con una agilidad escaladora inusitada;
los gorriones picotean entre las hierbas
pero son muy prudentes
y no se me acercan.
Trato de perderme en las páginas de un libro,
cuando llama mi atención una paloma
haciendo escala en el vallado.
No hay nada extraño en este entorno,
tan solo yo soy el intruso.
No creo que el ser humano sea un intruso en la naturaleza, eso sí, comienza a serlo cuando comienza a destruirla.
ResponderEliminarUn abrazo
En teoría es el ser supremo, pero cuando desparrama es el más dañino imaginable.
EliminarUn abrazo.
Yo creo que hay que fusionarse con la naturaleza porque es ella la que nos da energía, es un motor. Un abrazo querido amigo.
ResponderEliminarAsí lo creo también, Luján.
EliminarUn abrazo.
Somos parte importante de ella.
ResponderEliminarLa parte suprema, Tracy, pero cuando actúa sin cabeza es la criatura más dañina.
EliminarUn abrazo.
Tu poema me dice muchas cosas: que hay que estar alerta, todo son mensajes de mariposas, hormigas y palomas...Hasta el árbol nos deja su calma, su paciencia y sabiduría...La naturaleza es aprendizaje y misterio, nos habla constantemente, Francisco.
ResponderEliminarMi abrazo y sigue atento, amigo poeta.