También el río está herido:
ese cauce seco que parece lastimero
tiene un cántico casi sordo
que evoca la canción de la torrentera,
por muy imperceptible que parezca.
Los caminos se han asalvajado,
las retamas se cruzan de lado a lado
sin ningún orden ni concierto;
en cambio las carreteras
son el cónclave masificado
donde todos concurren arrebatados.
No todo es igual que antaño,
pero el sol sigue asomándose
por el costado superior del Pecho Santo
y la plaza concita a todos al caer la tarde.
El jazmín se mantiene sin acusar la ausencia
y sigue siendo generoso en blancura
y en delicado y amoroso aroma.
En Ojén pervive lo eterno,
pero lo circunstancial es siempre efímero
y se adapta a los tiempos hasta acoplarse.
Es cierto que hay que adaptarse a los tiempos que corren aunque añorando siempre otras épocas más tranquilas pero con la confianza de que siempre es el mismo sol el que nos ilumina, y las mismas estrellas y la luna que nos vigilan en la noche. Saludos
ResponderEliminarTienes razón, Charo, pero somos frágiles y no es difícil equivocarnos.
EliminarUn abrazo.
Hace mucha falta la lluvia, después de un año de escasez de lluvia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es verdad, Antonia, hay zonas que no imagina uno cómo es posible que sigan vivas.
EliminarUn abrazo.
Me encanta Ojén.
ResponderEliminar¿Sabes, Tracy? Ese jazmín lo plantó mi madre junto a la ventana de su cocina y sigue así de hermoso después de tantos años.
EliminarUn abrazo.