A diferencia de mis progenitores,
apenas soy consciente
de que el sol sale cada día.
A veces lo echo en falta
y otras me molesta su sobreabundancia.
En verano es una corbata de uniforme
fuertemente anudada:
pesado, soporífero, agotador,
y me hace caminar en “slalom”
buscando las escasas sombras.
De mi infancia recuerdo
las sillas de anea,
los coloquios nocturnos vecinales,
las noches estrelladas,
la luna jugando a transfigurarse
y hasta el nombre de alguna constelación.
Entonces la vida era un ciclo natural
que giraba en sí misma,
que pasaba por la tierra,
se descomponía
y volvía en forma de fruto;
ahora hemos ahorrado algunos pasos
y todo lo envolvemos o portamos
en bolsas de plástico. Muy pulcro,
pero su deriva o derrota
está al otro lado de nuestra voluntad
y se desconoce cómo darle alcance.
Dicen que las estrellas siguen allá en lo alto,
que no han desaparecido,
pero eso pertenece a la oscura creencia.
Yo si me estoy dando bastante cuenta, el calor se hace agotable en las ciudades interiores. Hay que permanecer recluido en csa y salir lo más temprano posible, para hacer la compra.
ResponderEliminarUn abrazo.
También tengo esa experiencia y es realmente un agobio.
EliminarUn abrazo.
La destrucción del medio ambiente, ya es muy alarmante.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Algunos lo toman a mofa, pero el daño puede ser irreversible, Sara.
EliminarUn abrazo.
El sol es el mismo, pero el hombre se ha industrializado, se ha materializado y se ha encerrado en su propio ego, donde no brillan las estrellas y sólo se oyen malos augurios...Esperemos que despierte y sienta el regalo de la luz, que cada día lo espera.
ResponderEliminarMi abrazo y mi ánimo.