Los recuerdos, un pasado que renace
que toma vida por las calles solitarias,
donde la infancia es el pulso acelerado
de un tiempo que se me eterniza,
como amarillentas hojas del calendario.
Hoy subo y bajo estas empinadas calles
al límite de mi capacidad de esfuerzo;
entonces las correteaba sin descanso
y con la velocidad de un corzo
a riesgo de caídas y rebotes.
Tan solo los mayores me reconocen,
mientras paso lista a las ausencias:
en cada rincón un nombre, un mote,
unas vivencias de ayer que se anudan
al calendario que amarilleó con los días,
pero sigue vigente en mi remembranza.
Era una vida más tosca, más elemental,
carente de artificios, pero acunada
en la grácil sustancia de la infancia,
donde los juegos era la médula de los días.
¿Que haríamos sin la memoria de nuestra infancia?.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es verdad, Emilio.
EliminarUn abrazo.
La infancia es mi lugar seguro y feliz, al que puedo ir cuando necesito un refugio, espero que tú también tengas ese refugio. De allí, uno sale renovado a encarar lo que sea. Lo triste es cuando para muchos, ese lugar no represente eso.
ResponderEliminarUn abrazo grande!
La infancia y los acogedores brazos de la madre. La mía falleció hace años, pero sigue por siempre a mi lado.
EliminarUn abrazo.
Es normal, que cuando vayas al pueblo que te vio nacer, no te conozca la gente joven y solamente seas saludado, por los de tu edad.
ResponderEliminarQue tengas una feliz semana.
Pero encuentro muchas cosas y viejas vivencias, además de familia y amigos. Por ejemplo ese jazmín que mi madre plantó en la calle, junto a la ventana de su cocina.
EliminarUn abrazo.