Ya sé que la luz viene del sol,
y de las estrellas,
y de los luceros,
y de la bóveda celeste,
y de la infinitud de las galaxias;
pero la luz que adoro,
la que me agasaja,
la que me congratula,
es la del destello de tus ojos
como melenas de ángeles,
como cascada que se desborda
y anega los caminos y los valles
y me contagian de su virtualidad.
Tú, la luz, el resplandor
que me da vida y me encamina
certeramente hacia ti.
Tu, la sonrisa,
el cráter donde nace la lava
que lava mi inocencia,
que desencadena a borbotones
mi alegría. Tu sonrisa,
incontenible y contagiosa,
entra por mis poros,
los dilata, y ya henchidos,
me
deleita de forma irresistible
y descarta mis malos humores.
Luz y alegría emanan de ti;
tú esa magna fuente
que se desborda y todo lo impregnas.
Tú, mi luz. Tú, mi alegría.
La alegría que ella te inspira trasciende el poema y emociona Franciscp, son versos preciosos
ResponderEliminarUn abrazo
Muchísimas gracias, Stella. Yo también sentí emoción al escribirlo.
EliminarUn abrazo.
Su presencia lo llena todo y lo inunda todo de luz, cuando la ves cerca. Es el complemento que todo hombre necesita.
ResponderEliminarFeliz semana.Un abrazo.
Vamos para 52 años de matrimonio y otros 6,5 de novios: de niños a ancianos juntos, Antonia.
EliminarUn abrazo.