Ayer paseamos de la mano
como por un deshielo indefinido,
sin rumbo, sin destino,
sin otro objetivo por mi parte
que el de sentirme indisoluble de ti.
No estoy tan seguro, quizás tú de mí.
Compartimos un largo silencio
y, de vez en cuando,
se abrazaba tu mirada a la mía
y nos sentíamos uno.
De aquel primer escalofrío,
del calambre de tu piel en mi piel,
el estremecimiento ingobernable
que electrocuta la piel,
eriza el bello y se comunica
por lo recóndito y anónimo.
De repente, te quejabas
de lo prieto de mi mano en tu mano
y rectificaba para volver de nuevo.
El paisaje no era anodino
y sí memorizado. El de tantas veces.
Caminábamos en silencio,
pero no por rutina
sino por el campo virgen
de una mirada, unas manos entrelazadas
y un destino compartido
que se actualiza en cada nueva ocasión.
Buenos comienzos, de una gran historia de amor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Antonia por tu lectura diaria.
EliminarUn abrazo.
Pasear así de la mano de la persona que quieres es lo máximo...yo también lo hacía en vida de mi marido. Saludos
ResponderEliminarY lo que Dios ha unido no lo separa el hombre, así que tampoco la muerte; luego puedes seguir paseando de su mano.
EliminarUn abrazo.