Una carta, una foto,
su caligrafía,
una permanencia que se estira
queriendo hacerse presente inagotable.
Un papel que envejece,
y amarillea
con el lustre ajado de lo entrañable.
Hoy no. Se aleja el cartero
y ni siquiera vuelve sus pasos
admitiendo su error.
Aquel tiempo de rémora,
de calmado elaborar,
es ahora fuga impaciente,
vida efímera
en el teclado del teléfono móvil
que cuenta con corrector
y a veces dice lo que quiere,
aunque difícilmente es rayo que ilumina.
Una no. Mil fotos. Mil poses,
postureo ensayado y reiterativo,
puesta en escena.
Un vivir al margen, fuera del acerado
que conduce al encuentro;
un mostrarse, pero no tal cual
sino con la artesanía ensayada que da el pego
de una representación.
Muere, agoniza la correspondencia
y solo el banco acusa recibo de pagos
y reclama morosidades.
El buzón, el punto de encuentro,
ahora ignorado,
que agoniza en su desolación.
Con lo bonitas que eran las cartas de amor, y ya no hay ni cartas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Precisamente eso es lo que echo de menos, Emilio.
EliminarUn abrazo.
El materialismo impera, Francisco...El espíritu generoso de los seres humanos brilla por su ausencia en tantas cosas... No obstante, tengamos esperanza, todo evoluciona, cambia y las cartas, los encuentros, la sencillez retornará, como retorna cada estación, amigo.
ResponderEliminarMi abrazo entrañable y feliz domingo.
Aunque es cierto que nunca debemos perder la esperanza, María Jesús, visto lo visto, no es fácil mirar atrás con esperanza. Considero muy útiles las redes sociales, pero el uso que muchas personas hacen de ella me inclina a seguir añorando la correspondencia por carta.
EliminarUn abrazo muy entrañable.
Por fa, mira en tus spams, debo estar allí desde las últimas entradas.
ResponderEliminarMi tecnología es bastante escasa, y algo más de un año fuera me mantiene todavía sin saber manejarme con soltura. Trataré de averiguar. Ayer me costó mucho comentar en los blogs de algunos amigos. Quizás sea algo similar.
EliminarUn abrazo.