Llamada inequívoca,
distinta,
sin acordes que pueda
confundirla
con ninguna otra
sonoridad;
reiterativa como una
sucesión de olas
que se rompen en espuma
pronunciando a voces:
“¡Ven, ven hacia mí!”
Se escucha en la lejanía,
en lo cercano, en lo
íntimo,
en lo insondable de los
adentros;
se adorna con algas
filamentosas,
con sal yodada y brotes de
luz.
Nace de los fondos
marinos,
en las arenas acunadas y
dormidas,
entre las rocas y los
atolones,
por entre la clorofila del
agua
y entre las figuras
coralinas de los mares,
y así, nítida, hasta
llegar al epicentro
enamorado, allá donde se
encuentre.
Se transmite por ondas
acuáticas,
por los aires como el rayo
o el trueno,
como la centella con
velocidad eléctrica
y sin solicitar acuse de recibió.
Es como un canto de
sirenas,
como salmodia de serafines
que traspasan el alma y la
hace gozosa;
es llamada a vísperas o
maitines
que provoca este ansia que
padezco,
que se hace endémica y
permanente,
como bien lo describe
Homero
cuando Ulises iniciaba el
regreso del Hades.
Cuanto te atrae el mar, cada verso del poema te descubre.Saludos
ResponderEliminarHoy he visto el mar entre montañas, me llamaba o al menos creí que era lo que oía,
ResponderEliminarUn abrazo.