Caía la tarde.
Por entre los filamentos
de tu melena
se filtraba el sol dorado
dándole una hermosura
desconocida.
Me acerqué a beber de ti
y tus labios me
confirmaron
que eras la misma
con una estética casual
que no habías buscado.
Radiante, diáfana,
jugosa como un cesto de
frutas.
En tus ojos se
transparentaban
dos gotas de rocío
que iluminaban tu rostro.
Mirabas y guardabas
silencio.
Como otras veces,
la mirada complacida y el
mutismo
son esa instantánea
en la que uno
quisiera perpetuarse en ti.
Bello y romántico poema Francisco.Saludos
ResponderEliminarMuy bello, insisto en que haces un poema con cualquier detalle que ves y lo pasas por la emoción y la sabiduría. Beso
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