Cuando duermo, todos
duermen,
cuando sueño, todos
sueñan,
cuando salgo de paseo
están las calles saturadas
de ocio
y me confirmo en lo
anterior.
Así he logrado acallarme,
mirándome a mí mismo
e identificándome en la
masa,
sin lanzar la mirada fuera
de mí.
En verdad, cuando duermo
no sé
qué inquietudes desvelan
al otro,
ni si mis sueños
tienen algo o nada en
común
con los sueños ajenos.
Nada sé de sus cuitas,
de sus inquietudes y
necesidades,
ni de sus aspiraciones y
tormentos.
Las estadísticas no ponen
rostro,
pero detrás de esos dolorosos
números
hay vidas concretas
que no pueden conciliar el
sueño
porque tienen en la tripa
un órgano
que vocaliza en vacío,
y, en sus desvelos,
visualizan esas cosas
de las que no carezco.
Cuando duermo, todos
duermen,
cuando sueño, todos
sueñan.
La equidistancia
no es sinónimo de
equivalencia,
sino de la simple
apreciación de mi mirada:
no todos conseguimos
sentarnos a una abundante
mesa.
No me siento en esa mesa de todos, desde el covid duermo mal, mejor dicho, bastante mal, y soñar, no sueño, tengo mis dudas de las causas, no se si es debido al bicho (Covid) o a la edad, puede que sea una suma de ambas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tus meditaciones son siempre muy acertadas. A mi no me preocupa nada lo de no sentarme en una mesa abundante , con tener lo necesario para poder vivir me resulta más que suficiente.Saludos
ResponderEliminarHace mucho que no me siento en opíparas mesas, ni las añoro. Soy feliz con lo que tengo y los que se sientan en la mía.
ResponderEliminarBesos.
Así es, otro de tus momentos en los que te pones los zapatos del otro. Es decir te pones en el estómago del otro. Cuánto sentimiento de compasión amigo. Así deberían hacer los gobernantes, insensibles seres, sordos y ciegos. Un gran abrazo
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