Mira tus manos, tus
afiladas manos,
antaño de cera virgen,
sin la menor mácula,
y hoy surcadas por canales
azules
que las irrigan de vida y
nostalgia,
a pesar de cada una de las
nudosidades
como si simularan
sarmientos.
En el espejo de tus manos,
de tus dulces y tiernas
manos,
el esfuerzo continuado,
la abnegación sin medidas,
la pasión sin horario
atravesada de fatiga
y colmada y remecida de
ternura,
el asidero que me devuelve
el sosiego.
Cuando en la madrugada me despierto,
cuando mis quebrantos
o las pesadillas
ocasionales
me asoman al precipicio y
temo zozobrar,
cuando toda la luz que
encuentro es tu tacto,
me agarro firmemente,
respiro hondo
y, poco a poco, me siento
de nuevo a salvo:
tus manos, mi salvación.
Que belleza de poema Francisco y cunato amor se desprende de tus versos hacia tu mujer y eso es precioso.Saludos
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