En la primavera de mi vida,
una chimenea
era el epicentro de la casa;
allí aprendí a respetar la
lumbre,
contemplar las llamas y el
rescoldo,
mover las cenizas sin
levantar una nube,
a moderar el consumo de leña
y a gozar del hogar.
Observando al abuelo,
supe que cuando llegara mi
invierno
una chimenea sería el abrazo
abrigado
de la tenue espera. Pero la
vida
nos hace muchos regates
y hoy vivo en un piso sin
tiro,
sin posibilidad alguna de
construirlo,
ni medios económicos
para una mudanza impensable.
¡Quién sabe!
La vida es tan caprichosa
que los planes no pasan de
la categoría de ensueños.
Porque hogar viene de hoguera.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
La vida es impredecible: si hay una circunstancia donde se prevee dos posibilidades, siempre sucederá una tercera. Yo por eso dejé de pensar en el futuro.
ResponderEliminarUna suerte que yo no tuve chimenea en mi niñez, ni abuelo ni nada. Así que ni lo sueño ni lo deseo. No me gusta el humo. Aunque reconozco que tu poema huele a nostalgia y es bello
ResponderEliminarFfancisco, el calorcito de esa chimenea me trae muchos recuerdos...Por suerte he conocido varias en mi infancia y no las olvido...Esa hoguera entrañable vuelve siempre a alentarme y a llenarme de fuerza.
ResponderEliminarGracias por traerla.
Mi abrazo y feliz domingo, amigo.