Quiero escribir tu nombre de
manera indeleble,
modelarlo en barro
y cocerlo a temperatura de
fusionarnos,
para quedar vinculados de por vida.
Quiero esculpir tu nombre en
mármol,
con la majestuosidad de un
David soñado
que se engarza a mí
de forma inquebrantable.
Quiero tallar tu nombre en
madera de roble,
en materia viva que aliente
tu hálito
y mantenga la llama
que ilumina tu mirada en mi
vida.
Quiero envejecer junto a ti,
maridarnos el uno en el otro
subiendo la escala por la
que declinar unidos:
joven, crianza, reserva y
gran reserva;
exclusividad y buqué,
como se acentúa tu boca en mi boca,
la copa de la vida.
Nada mejor que el vino de crianza como metáfora del paso del tiempo con dignidad y sabiduría. Saber envejecer tiene su mérito. No sé si lo estaré haciendo bien. De momento, mi vino es peleón y a veces algo agrio. Lo tomaré rebajado para que me siente bien.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Yo diría que es reserva y el ácido no es tal sino tanito, algo consustancial al vino y al hombre, pero lo supera el buqué de la ironía y el sentido del humor.
EliminarUn abrazo.
¿Tanito? Así me llamaban en casa de pequeño. Jejeje.
EliminarOtro abrazo.
Tanino: sustancia astringente en el hollejo de la uva.
EliminarOtro abrazo.
Seguro que esa copa de la vida sabrá envejecer muy bien unida a tí......Saludos
ResponderEliminarYa vamos siendo viejos, Charo, y se va cumpliendo eso que tú indicas.
EliminarUn abrazo.
Un poema muy bien estructurado y trabajado, el vino es historia, cultura y vida, Francisco.
ResponderEliminarMi felicitación y mi abrazo, amigo.
Muchísimas gracias, María Jesús, por dejar aquí tu opinión.
EliminarUn fuerte abrazo.