Como se deslizan los días
detrás de cada anochecer,
así la lluvia, cortinaje
líquido del cielo,
se escurre y cae empapando
la tierra
con la periodicidad
caprichosa
que uno no alcanza a
comprender.
Mis huesos, como le pasó a
mi abuelo,
detectan las variables de
presión atmosférica
y acaba por intuir
cómo se aproxima el cambio,
ese que no sabría explicar
y mucho menos
intelectualizar.
¡Duele, algo va a pasar!
Apenas un barrunto,
algo inexplicable que no
puedo adivinar
si será agua o viento,
pero que inexplicablemente
mejora
cuando lo anunciado es hecho
inminente.
A partir de los sesenta, en vez de barómetro, tenemos huesos sensibles a los cambios meteorológicos.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
¿Te acuerdas, Cayetano del fraile de la capucha? Pues eso, que vamos para capuchinos.
EliminarUn abrazo.
Son cosas de los que nos estamos haciendo mayores, ya se cuando va a llover o bien la presión va a subir, no necesito al hombre/mujer del tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo soy más torpe, Emilio. Cuando aumentan las molestias sé que va a suceder algo, pero me falta averiguar cuál es el cambio que se aproxima.
EliminarUn abrazo.
Nuestros huesos son el mejor barómetro, cuando llegamos a cierta edad. De todas formas, bienvenida sea la lluvia, siempre que no se descontrole.
ResponderEliminarUn abrazo
Esta pasada noche estaba previsto que lloviera y así ha sido; esta mañana ha desaparecido la suciedad de las calles como recompensa.
EliminarUn abrazo.
Magnífica descripción, Paco.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Sara, por esa mirada tan positiva con la que contemplas lo que hago.
EliminarUn abrazo.